Consumatum est

Queridos, no amigos, hermanos:
Hace cerca de media hora, di el tijeretazo final. Cayó mi melena. Esa que había estado creciendo durante los últimos diez años. Esa que todos ustedes vieron nacer e irse alargando, al igual que presenciaron la hazaña que me significó alcanzar a la mujer de mi vida. Al amor más grande que jamás un idiota como yo ha sentido. Y, como buen idiota que soy, la he perdido. Y aún así, la pérdida, quiero creer, no ha sido total. Y no lo ha sido, carajo. A la mayoría de ustedes los conozco desde hace doce años. Doce años, mierda, casi la mitad de nuestras vidas. Doce años de que hemos llorado, reído, albureado, imprecado, jugado Magic, bebido como cosacos y compartido nuestras vidas con una sinceridad y lealtad que pocos nos creerían. Y quizá en alguna peda se los he dicho, pero no importa, lo repito: son la neta del planeta. Son los mejores amigos que cualquiera podría tener jamás. Son mis hermanos, mis carnales, mis cómplices. Y aún en mis momentos más oscuros, han representado un destello para indicar el camino a seguir.


Sí, hemos compartido nuestras vidas durante doce años. Y no creo que ninguno de nosotros deje de sorprenderse por ello. Ni tampoco deje de celebrarlo. Yo lo celebro cada día. Y también celebro la paciencia que siempre han tenido conmigo para escuchar mis eternas y repetitivas cuitas. Y también por haberse fletado el pedo de leer mi novela. Eso se tendrá que repetir, no con ella, sino con los libros que faltan. Pero ahora, me toca enfrentar la nueva prueba. Quizá la más dura. Y tengo que hacerlo solo. Deseénme suerte, bola de cabrones, que los quiero más que al Magic que perdí.
Y perdonen la cursilería, pero a veces me gana.