martes, 9 de marzo de 2010

De aquello entre lo real y lo que no lo es

Uno de los lugares comunes para debrayar (¿o se escribe "debrallar"? Resolver esta cuestión podría ser el motivo de la nueva encuesta)es el ya viejo pensamiento filosófico de: ¿mi vida es real o solamente es el sueño de alguien más? No pocos escritores se han afanado en, si no resolver, al menos sí explotar esta idea. Pienso en Salvador Elizondo... y por ahí hay un chino del que no recuerdo el nombre. Lo cierto es que resulta una idea por demás atractiva... y peligrosa. Una vez más, sea por mi conducta ascética, por mi insociabilidad, por la abulia que ha dominado mi vida desde hace meses, quizá demasiados, digo, una vez más me encuentro aquí, aislado, acompañado sólo por cerveza y dejándome llevar por sus efectos. Es bueno este primer momento: el cerebro se activa, consciente de que dentro de algunos minutos (acaso sería mejor medirlo en mililitros... o, en mi caso, litros)y entonces vienen a mí ideas, no me atreveré a darles calificativos... dejémoslo en que me vienen las ideas. Y supongo que es precisamente por las sensaciones que comienzan a embargarme, que esta pregunta sobre la realidad, algo recurrente en mi vida, sobre todo la interior, me atenaza nuevamente.
¿Qué mierda es lo real? Recuerdo cuando una amiga me contaba que su hermano, un par de años menor que ella, había declarado abiertamente su intención de que perdieran juntos la virginidad... sí, entre ellos. Sí, hablo de incesto. Y ella vivía aterrada con eso, puesto que, según me contaba, sus acosos cada vez eran más insistentes. Por esos días, yo me acostaba con una psicoanalista. Y no perdí la oportunidad de contarle esto que me decía mi amiga, añadiendo que no le terminaba de creer, sobre todo basándome en lo que Freud dijo respecto a las fantasías femeninas de incesto o violación por parte de un pariente consanguíneo. Ella, la psicoanalista, respondió: da igual que sea verdad o no, si ella cree que su hermano la acosa sexualmente entonces es real.
ESto es casi dogma en la psicología, sobre todo cuando de patologías se habla. Todos tenemos fantasías que, por absurdas que parezcan, damos por reales. Recordemos al Rulo y su mala suerte... A mí, con la salación respecto al amor, compensada por la fortuna que he tenido en otros ámbitos... El Almeja y su creencia de que la nave nodriza vendría por él...
Indudablemente, esta relación de lo irreal vuelto real, o al menos el deseo de que así sea, atiende a la necesidad intrínseca a la condición humana de creer en algo superior. Un misterio cualquiera, pero que exista. Llámenlo Dios... Ciencia... Destino... el Sámsara... el nombre en realidad da igual: lo que necesitamos es creer en algo que nos sobrepase y, por consecuencia, nos otorgue certezas, aunque unas sean más endebles que otras.
Y ahora, en que me encuentro sentado frente a la computadora, bebiendo cerveza indiscriminadamente, al tiempo que escupo palabras, acaso sin sentido, para dejarlas marcadas en el blog, me pregunto: ¿qué de mi vida ha sido real? ¿Qué sigue siéndolo?
Hace años, no sé cuántos, soñé con el amor de mi vida. No sé cómo sueñen ustedes... bueno, del Indy sí sé, pero ese sueño fue estúpidamente vívido... llegué a verlo como realidad. No miento al decir que cuando desperté, preferí creer por unos instantes que en realidad, la realidad era la otra, la del sueño, y despertar, ese despertar en donde me arrebataban lo más querido, se trataba de la pesadilla traicionera.
Sólo una vez he vuelto a soñar algo así: y en el mismo tenor. Alguna vez soñé que por fin Ástrid y yo estábamos juntos, mucho antes de que sucediera en realidad. Sí, huelga decir que el despertar de esa mañana ha sido uno de los más horribles de mi vida.
En el gremio de escritores circula una, llamémosla, leyenda urbana: uno comienza escribiendo lo que le pasa... y termina pasándole lo que escribe. Esta consideración, además de ser espeluznante, no es trivial. En muchos escritores hay un rasgo característico: vislumbran su muerte mediante el título de su última novela o libro. No es ley, pero sí fenómeno recurrente. Y es entonces cuando de nuevo uno puede cuestionarse sobre el poder "real" de la imaginación, de la fantasía, del ejercicio mental de crear mundos, no distintos, alternos a éste. Realidades alternas a ésta. Toda concreción de este mundo comenzó como un acto de imaginación, una fantasía. Todo lo que conocemos... y todo en este caso es de verdad todo, antes que nada, fue imaginado.
Y de nuevo la pregunta: qué es real. ¿Es más real el sueldo que cobramos, la cerveza que nos tomamos, la mierda que cagamos... que la amistad o el odio que sentimos... el amor o la repulsión que percibimos de otros... lo que anhelamos, independientemente de que se cumpla o no? No lo creo.
Nada inmanente existe en el mundo... o dentro de nosotros. Dicen que no hay mal que dure cien años... ni pendejo que lo aguante. Supongo que, en cierta medida, es verdad. ¿También es real?
Aquí viene otra manifestación, que se me ocurre, ejemplifica esta duda que comienza a tornarse paradoja: la personalidad modificada vía la alteración de la conciencia.
Es obvio que uno jamás es el mismo cuando está sobrio, que con un buen número de cervezas encima. O de mota. O de hongos. O de cualquier otra sustancia que, de una u otra manera, afecte al organismo, al cerebro, y sí, también al alma. Si no les gusta este término "místico", póngale "psiquis".
¿Y cuál de las dos actitudes es más real? La explicación psicológica para el cambio es simple: alterar la conciencia reduce el poder del superyó sobre la psiquis, las barreras represivas, cuyo fin es la adaptación y la convivencia social, pierden fuerza en relación con las exigencias del Ello, esa parte psicológica donde radican todos nuestros deseos, y entonces aparece lo que, cuando se tiene el control, vive, si no desvanecido, muy contenido.
Así, cuando andamos borrachos, drogados, dolidos, felices, alterados, enojados... o presas de cualquier otra manifestación de conciencia alterada, nos permitimos realizar actos, enunciar discursos e, incluso, atentar contra cosas que durante esa cotidianidad protectora ni siquiera lo pensamos. Algunos en mayor medida que otros, pero lo hacemos. Y entonces, vuelvo a preguntarme: cuál de las dos o más manifestaciones de esas personalidades es la real. ¿Quiénes somos de verdad: el mostro que sale cuando le damos permiso, o el sujeto modelo que nos obligamos a ser?
Creo que es suficiente debraye (o "debralle") por el momento. Espero que se suscite el debate, la controversia... o, de jodido, comenten. Jajaja.
Saludos