miércoles, 21 de enero de 2009

Réquiem por una era: el Toreo de Cuatro Caminos en Quetérato

No somos estrellas: somos leyendas fue la frase con que se engalanó, o más bien, se justificó la función que ayer por la noche tuvo lugar en la arena de lucha de esta, la ciudad del pasmo, y a la que no podía dejar de asistir.
Desde que vi el cartel, hace un par de semanas, me sentí entusiasmado. Casi tanto como triste al escuchar, también hace tiempo, que ahora sí el Toreo de Cuatro Caminos iba a valer madre. Y es que alguna vez, hace ya un montón de años, en más de una ocasión fui a ver las luchas legendarias que allí se desarrollaron.
Pero tampoco se trató de un entusiasmo ingenuo. Por supuesto que el cartel, hace quince, incluso diez años, hubiera sido de locura; ahora, sólo una invitación a la tolerancia y la indulgencia, mas no por ello desdeñable, que apuntaba más al goce de la nostalgia que a disfrutar de encuentros memorables.

La primera lucha fue, como siempre, trivial, con los nativos de aquí dando, o intentando dar, todo, para ser aclamados y alcanzar esa oportunidad de luchar en la capital del país. Nada más que comentar.

En la segunda, aparecieron los primeros nombres que rebotaban en mi memoria como destellos de luminarias a punto de declinar: Lola González, Rossy Moreno, ah, ¡la Pantera Sureña! (que, en sus buenos tiempos, si no me equivoco, era Panterita) y, sí, señores, la única verdadera luchadora mexicana, el icono de lo absurdo que puede ser vuelto deidad, la incomparable, enorme (en todos los sentidos), monumental (de verdad, en todos los sentidos)... ¡Maaaaaaaaaarrrrthaaaaaaaaaaaaaaaa Villaloooooooooooooooooooobos!
Por desgracia, las cuatro, conscientes de que sus mejores épocas ya quedaron atrás, más que luchar, se dedicaron a realizar una suerte de sketch medio vulgar, medio simpático, en donde los genitales del réferi eran los principales afectados. Una silla, mentadas de madre y corretizas ridículas alrededor del ring, aunados a esporádicos coqueteos o enfrentamientos con caballeros del público, nos regalaron veinte minutos de entretenimiento, y, no podemos negarlo, anticipación para lo que iba a estar sucediendo el resto de la noche.

En la tercera lucha, el bando rudo se conformó por tres nombres casi desconocidos para mí: un tal Diablo, acompañado de Ricky Sambora y otro cuyo nombre no recuerdo ahora. Del lado técnico: Halcón (¡sí, ese eterno panzón que no escondió nunca su calidad de fanático del futbol americano!), Ricky Boy (que de boy ya sólo tiene el nombre) y... Mano Negra... ¡enmascarado!
No puedo negarlo: dio gusto volver a contemplar una lucha que se desarrolló, la mayor parte del tiempo, en el centro de ring, a ras de lona, con llaveo y contrallaveo, dejando un poco atrás el vértigo al que se nos ha acostumbrado durante los últimos años.
Sin duda, el momento más emotivo de este encuentro fue al principio de la segunda caída, cuando el maestro Mano Negra se despojó de la tapa y la ofreció como tributo a nosotros, el público. Y así también descansó mi memoria, segura de que habían revelado su identidad en el pasado.
Digna lucha, que se definió a favor de los técnicos y dejó un buen sabor de boca.

La cuarta lucha prometía: Black Terry, Scorpio Jr. y Shu el Guerrero contendían contra los Cadetes del Espacio: Ultramán (de nuevo con máscara, que nunca se quitó), el inigualable y cagadísimo Súper Astro, comandados por el gran maestro Solar, uno de mis primeros ídolos.
La lucha comenzó con una enjundia impensada. Aunque con errores y desaciertos, los luchadores se mostraban ágiles, incluso veloces y arriesgados. Sin embargo, desde la primera caída, la edad cobró cuentas: Shu el Guerrero quedó lastimado del pecho al recibir un tope por parte de Súper Astro que voló hacia afuera del ring, y Solar se lastimó la rodilla al entrar con un mal paso para luego rendir de manera bastante chabacana a Scorpio.
Por ello, durante la segunda y tercera caída casi no hubo participación de estas dos leyendas y el peso recayó sobre los cuatro restantes, definiéndose al final en empate, debido a que en la tercera caída, ante una Tapatía por demás fallida de Solar, Black Terry consiguió poner a ambos en espaldas planas.
Sin embargo, dio gusto volver a ver las payasadas de Súper Astro aunadas a sus vuelos, la rudeza de Scorpio y Black Terry y el garbo de Solar. Lástima por lo de las lesiones a tan temprana edad del conflicto.

Y, finalmente, la estelar de la noche, un match que, insisto, hace diez años habría causado revuelo, locura y agotamiento de las entradas días antes de la fecha prevista: por el bando rudo, en representación de la dinastía Mendoza, el Villano IV, aún encumbrado por haber destapado a Blue Panther (aunque en realidad el programa original prometía al III, lo que sí hubiera sido demente) y el Príncipe Maya, el azote de técnicos y rudos según el bando en que le diera la gana jugar, el enorme y mítico Canek, contendían contra, carajo, hasta nervios me da escribirlo, pensando en el pasado, Dos Caras aliado con el llamado Mr. Personalidad, ese que ha ido a poner espaldas planas y sacar rendiciones en cada rincón del planeta donde haya un cuadrilátero, Mil Máscaras.
Y sí, desde el principio uno sabía que iba a pasar lo que pasó: nada de velocidad ni de fuerza. Olvídate de ver a Canek sostener por lo alto a Mil Máscaras o Dos Caras para luego azotarlo inclementemente contra la lona, o al Villano encajar los dientes en la frente de sus enemigos hasta hacerla sangrar. Pero qué importaba, estaban ahí, vivitos, cojeando, sí, resoplando y jadeando, pero vivitos, esos que, sí, a wevo, no eran estrellas, sino leyendas. Y no por ello dejó de haber lucha. Si bien no corrieron ni brincaron por las cuatro esquinas, ah, qué placer de llaveo, contrallaveo, por más de cinco minutos en algún momento. Y sí, los gritos de dónde dejaste el bastón, sacúdete la polilla, atrás anda el tanque de oxígeno, pero qué, eran ellos, sus máscaras, sus arrugas, sus venas resaltadas y sus cuerpos decadentes alentados por un espíritu vivo.
Ganaron los rudos, gracias a acción marrullera de Canek, pero qué importó eso. Más recordaré cómo entre él y Dos Caras se arrancaron las máscaras, revelando la total calvicie de este último, y sus retos para el futuro, casi ingenuos, porque acaso, anoche, fue de las últimas veces que pisaron una lona.
Y anoche, nuevamente se confirmó esa máxima fatal: el tiempo lo destruye todo. Mas, ¿de verdad es algo lamentable? Sí, ya no habrá más luchas en el Toreo, porque ni Toreo habrá; Canek no volverá a elevar a una mole de más de cien kilos por encima de su cabeza, Mil Máscaras ya no corre... pero son leyendas. Y si incluso los dioses sufren de su ocaso, ¿por qué ellos no? Lo importante, en realidad, es que existen, existieron. Y dejaron su huella en quienes los vimos. No importa tanto que haya sido anoche, cuando ya sólo eran remedo de lo que fueron, o hace veinte años, cuando brillaban más que el sol. A pesar de todo, incluso en la decadencia puede haber algo sublime.

3 comentarios:

El Malvado Topo dijo...

No mames, por un momento pensé que le querías quitar la chamba a Marquiños.
Muy buena tu crónica.
Lo del "enorme y mítico Canek" es figurado y alusivo, cierto? El Canek es como chaparrito, no? Pero si, es mítico.

P.D. la única verdadera luchadora mexicana no era la Martha Villalobos?

El Kalakón Rodríguez dijo...

Como diría el famosón Dr. Morales:
"¡¡¡Enooooooooooooormeeee!!!" .
Yo creo que más que muy buena la crónica ¡excelente! Da gusto ver que existen todavía conocedores que llevan nuestra lucha en la sangre como usted señor Azgarton. Y todavía mejor que aprovechando sus grandes dotes literarios nos regale una crónica de tal calidad, misma que casi me hizo sentir como si estuviera ahí. ¡Muchas gracias!

Lord Markus dijo...

@Chy-Maal: "Quitarle la chamba a Marquiños" Ja ja ja ja ja, muy buen chiste! Seguro que si el pobre Marquitos viviera le habría causado gracia también